El salmón conversaba con el martín perscador. El martín perscador además de saber hablar, silbaba muy bien. Se lo pasaba sobre una patagua a la orilla de un arroyo, silbando que daba gusto oirlo.
Un día, se encontraban conversando el salmón y el martín pescador. El salmón alababa al martín pescador la hermosa manera de silbar. El martín pescador quería aprender a nadar, y el salmón quería aprender a silbar. Entonces el salmón le pidió al martín pescador que dejara sobre una piedra de la orilla, el silbido, para que no se mojara y por lo tanto no se perdiera. El martín pescador, de acuerdo con lo convenido, dejó en una piedra su silbido. El salmón dió un salto y se apoderó del silbido, se hundió en el agua, y al mojarlo, lo echó a perder.
El martín perscador se puso muy triste, y desde entonces se lo pasa agachado, mirando en los arroyos, buscando al salmón que le quitó el silbido.
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